Somos

Comisiones Obreras es una organización sindical democrática y de clase que está formada por trabajadores y trabajadoras que nos afiliamos de forma voluntaria y solidaria para defender nuestros intereses y para conseguir una sociedad más justa, democrática y participativa.

domingo, 27 de mayo de 2012

Presentación del libro "¿Para qué sirve un sindicato?" en el Centro Abogados de Atocha

Reseña de la editorial
El sindicato es una figura social cuya presencia real es mayor que su reconocimiento público. Pese a su pasado épico, todavía reciente en España, por la persecución del franquismo, sin embargo es hoy frecuente encontrar en los medios de comunicación y en las encuestas de opinión una mirada desencantada sobre su situación actual hasta llegar a hablarse de descrédito sindical. Este libro pretende incidir en este panorama, analizando la utilidad neta y marginal del sindicato en las sociedades del siglo XXI y particularmente en la española. Antonio Baylos aborda los elementos que configuran la presencia sindical y su capacidad de representación, atendiendo de forma especial a las nuevas figuras del trabajo en un mundo global y a la consideración de la libertad sindical como un elemento civilizatorio universal; además, repasa el pasado glorioso del sindicato y proporciona datos básicos sobre la implantación y la identidad de los sindicatos en España. Finalmente, estudia los condicionantes y la actuación del sindicalismo en la crisis que golpea España desde 2010, el rechazo que despierta en un contexto político y mediático definido por el neoliberalismo y las formas que debe adoptar para representar y organizar a los trabajadores en unos tiempos en los que los derechos sociales se consideran un obstáculo para la economía de las finanzas.

Datos técnicos

¿Para qué sirve un sindicato?, Antonio Baylos
PVP: 16 euros (IVA incluido). Mayo 2012160 páginas. 
Formato: 13,5x21 cm
ISBN: 978-84-8319-699-1
Editorial Catarata
 
 
 
 
Presentación del libro realizada por: Almudena Grandes.
 
Cuando cualquier persona, acostumbrada o no a hablar en público, toma la palabra en un acto como este, es casi preceptivo comenzar dando las gracias. Yo he agradecido muchas veces la oportunidad de intervenir ante el micrófono, aunque no siempre he sido completamente sincera al hacerlo. Hoy si lo seré, porque mi gratitud no se dirige tanto a Rodolfo Benito por haberme invitado a presentar este libro, como a Antonio Baylos por haberlo escrito.
 
Hace unos meses, en vísperas de la huelga general más reciente, yo escribí una columna titulada “La pe con la a”, en la que, si me perdonáis la pequeña vanidad de citarme a mí misma, decía: “Señoras Báñez, Cospedal y Sáez de Santamaría, señores de la CEOE y de la CEPYME, señores Mas, Guindos, etc.: la pe con la a, pa. La eme con la a, ma. Y de la misma manera, desde que se fundaron en todo el mundo hace ciento cincuenta años, la función de los sindicatos consiste ni más ni menos en hacer política”.
 
En aquel momento, mientras escribía estas palabras, sentí  una sensación peculiar, un estupor demasiado profundo, demasiado amargo también, como para despecharlo con su propio nombre. Era, más que nada, una experiencia de derrota, una crisis personal y colectiva, el fracaso que implica vivir en unos tiempos en los que resulta necesario argumentar combativamente las evidencias. Para mí, optimista radical y congénita, aquel fracaso se tiñó de tristeza pero, acatando la velocidad de una época marcada por la frenética fugacidad de todas las cosas, la tentación del pesimismo pasó deprisa y sin dejar posos en mi espíritu.
 
Yo, vosotros lo sabéis, soy peleona. Por eso, ahora que escucho a tanta gente, casi toda de mi gremio, decir que le gustaría irse a vivir fuera de España, siempre contesto lo mismo, que yo no ve voy, que a mí van a tener que aguantarme hasta que el Diablo se los lleve. Porque este país es mío, porque no tengo otro y porque no pienso tolerar que nadie se arrogue el derecho de darme permiso para vivir aquí. En el tobogán emocional que implica pensar de esta manera en un país como el que pretenden hacer de España, pocas cosas emocionan más, pocas son tan imprescindibles, tan conmovedoras, como la compañía.
 
Hablo de emoción en la presentación de un libro escrito por un profesor de Derecho del Trabajo, y sé por qué he escogido esa palabra, tan ajena en apariencia a un libro como éste. Hablo de emoción porque me emociona pensar en un catedrático universitario que decide remangarse y empezar a deletrear el silabario de su disciplina – la pe con la a, pa, la eme con la a, ma – como una manera de resistir y de ayudar a resistir a sus semejantes. Este libro tiene un subtítulo, “Instrucciones de uso”, justo y evocador para una vieja lectora de Georges Perec, como yo, pero también podía haberse subtitulado “Directrices para la resistencia”, por que de eso se trata.
 
Anoche, en la puerta del Palace, me encontré con una dirigente de la UGT que bajaba la cuesta con la cara desencajada, como si le acabara de suceder algo muy grave. Efectivamente, así había sido. Estaba delante de la puerta del Congreso cuando un policía se acercó a ella y le preguntó a bocajarro, ¿usted es de un sindicato? Ella, que no llevaba banderas ni pegatinas que la identificaran, le contestó que sí, desde hacía muchos años. Y el policía, señalando hacia abajo con el índice extendido, le dijo, pues váyase hacia la plaza porque no tiene permiso para estar aquí. Después, en el acto de Neptuno, Nacho Escolar leyó, entre otros, el artículo 21 de la Constitución española, “se reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas. El ejercicio de este derecho no necesitará autorización previa”, y a continuación el artículo 28, que en su primer punto, dice: “Todos tienen derecho a sindicarse libremente (…) La libertad sindical comprende el derecho a fundar sindicatos y a afiliarse al de su elección, así como el derecho de los sindicatos a formar confederaciones y a fundar organizaciones sindicales internacionales o afiliarse a las mismas. Nadie podrá ser obligado a afiliarse a un sindicato”.
 
Esta es la realidad en la que vivimos. Y en una situación como esta, un libro como el que tengo la suerte de haber leído antes de presentarlo hoy es, sobre todo necesario y aún diría más, imprescindible. Antonio Baylos desmenuza en sus páginas con tanta autoridad como paciencia, en la prosa limpia, aunque contundente, que mejor sirve a sus didácticas, pero también combativas intenciones. Y al analizar la realidad sindical en un país donde han dejado de cumplirse ya demasiados artículos de la Constitución, bucea en sus orígenes – esa gloriosa trayectoria que se utiliza perversamente para desacreditar a las centrales sindicales en la actualidad, como si quienes evocan su legendario pasado no fueran los orgullosos herederos de quienes desataron una feroz represión que pretendió acabar con los sindicatos de antaño sin lograrlo jamás –, contempla el horizonte más próximo, dentro y fuera de nuestras fronteras, contextualizando el sindicalismo español en el marco del sindicalismo europeo, y proyecta su función en un futuro que, para desgracia de nuestros hijos, amenaza con abocar a los sindicalistas de pasado mañana a tan gloriosos como indeseables ejercicios de heroicidad.
 
Pero, ante todo, sobre todo, este libro es un antídoto contra el veneno de la mentira, un vademécum exhaustivo que ofrece los instrumentos precisos para desmontar, una por una, las falsedades sobre las que se asienta el pretendido desprestigio de los sindicatos en la sociedad actual. Desde el presunto conflicto semántico entre representación y representatividad, hasta los infundios elaborados alrededor de la financiación sindical, desde el trazo grueso con que Esperanza Aguirre expresa la chabacanería de su pensamiento acerca de los liberados, hasta la insidiosa finura de tesis más sofisticadas sobre las consecuencias de la globalización económica, pasando por el sindicalismo de urgencia que nos impone la salvaje crisis en la que naufraga nuestra economía, todo está aquí. Y hay algo más.
 
Al contestar a la pregunta que da título a su libro, Antonio Baylos formula, al menos para una lectora tan optimista y peleona como yo, una pregunta suplementaria, implícita en la misma desquiciada, estúpida virulencia de los argumentos que enuncia para destrozarlos con la misma piedad que merecen, es decir, ninguna.
 
¿Por qué siempre son los sindicatos, y no los partidos, ni los movimientos sociales, ni los activistas antisistema, los que excitan más frenéticamente los bajos instintos de la Caverna inmortal? , sería esta pregunta.
 
La respuesta es una buena noticia, un punto de luz al otro lado del túnel.
 



No hay comentarios:

Publicar un comentario